viernes, 13 de enero de 2012

La Vida como viene... (dic/2009)

A
sus 7 años, Marissa gustaba de salir a pasear a la playa, al parque de
diversiones que cada verano se instalaba cerca de su casa, ir a las fiestas de
cumpleaños en donde conocía más amigos de los que tenía.  Entre tantas actividades que desarrollaba a
su corta edad, estudiaba con mucho entusiasmo, ayudando a sus compañeros con
las tareas, pues ella ya podía leer y escribir muy bien, también practicaba
atletismo, quería desarrollarse hasta llegar a ser una “medallista”, según sus
propias palabras.

            En casa, al regreso de cada día de
clases, la esperaban Rosa, su madre, Fabián, su padre, sus dos hermanos menores
y su mascota regalona.  Allí preparaba
sus útiles para el día siguiente en cuanto llegaba, luego almorzaba y ayudaba
en la atención de Mario y Bárbara.  Sus
padres habían montado una especie de “taller de costura”, hacía 2 años que
Fabián dejó sus labores administrativas para dedicarse a su microempresa junto
a su esposa; éste proporcionaba los ingresos suficientes para mantener a la
familia, con el consiguiente compromiso de todos de cooperar en lo que cada uno
pudiera.  Rosa aportaba lo suyo en el
taller, la comida, la educación de sus hijos. 
           
            A pesar de lo que pudiera parecer,
Marissa vivía en un entorno familiar en que basaban su existencia en valores
cristianos, sin rencillas, sin malos tratos, felices de compartir lo que a
diario lograban cada uno con su esfuerzo, disfrutando cada minuto que estaban
juntos y aprovechando al máximo los momentos de “comunión” que se daban en
horas de almuerzo y cena.

            Marissa, feliz de lo que la vida le
ofrecía, fue creciendo en un ambiente pleno, humilde pero rico en afecto y
demostración de cariño.  Es así como al
cumplir su mayoría de edad, decidió formar su propia familia junto a quien le
había acompañado desde la adolescencia, Ramón, un joven a quien la vida parecía
“no haberlo tratado muy bien”, mientras era un niño aún sus padres se habían
separado, él vivió en un orfanato, lugar en que se conocieron mientras Marissa
iba por las tardes a “hacer su labor social” –como ella llamaba a su interés en
dedicarle parte de su tiempo a quienes necesitaban cariño-, gracias a la buena
educación recibida en este lugar, Ramón se transformó en una persona
carismática, emprendedora, responsable, amable, honrado, características muy
similares a las de Marissa y que siempre llamaron su atención. Ambos se
enamoraron y quisieron unir sus vidas.

            Al cabo de unos 8 años estaban
casándose, luego de 2 años vino al mundo su primer hijo, Pablo, tres años más
tarde nacería Paulina, quien venía con una malformación en sus extremidades
inferiores, mala noticia de la que se enteraron al séptimo mes de gestación  y, por supuesto, presentaba un gran desafío
personal que ambos debían enfrentar con la convicción que saldrían adelante y
ello no empañaría su felicidad, por el contrario, aceptaron que si tenían este
“tropiezo” en el camino era porque, precisamente, eran capaces de asumirlo y
sobrellevarlo con entereza y valentía.

            Marissa se había dedicado por entero
a su hogar mientras que Ramón trabajaba como arquitecto en una prestigiosa
compañía nacional, en donde había encontrado una oportunidad para desarrollar
su profesión, la que se ganó tanto a punta de esfuerzos físicos y económicos y
becas que consiguió gracias a sus excelentes calificaciones en época de
secundaria.

            Aún cuando la vida les había puesto
“trabas”, ellos supieron complementarse, ya hoy, después de 20 años juntos,
eran una familia feliz, su hija Paulina se había rehabilitado por completo, sus
prótesis nunca fueron impedimento para estudiar, jugar, reír, disfrutar, en
tanto Pablo se preparaba para entrar a la Universidad a estudiar medicina, su
sueño era especializarse en cirugía, todo estaba dado para que así fuera, no
quedaba más que hacer su propio esfuerzo para lograrlo. 

            Marissa sintió que su vida fue una
bendición, cada momento de tristeza que pasó terminó siendo el comienzo de uno
de felicidad, ella agradecía a Dios por las bondades recibidas, las que se
manifestaban en cada paso que daba, aún no creyéndose merecedora de ellas.  Ramón supo que todo lo que le sucede a uno en
la vida tiene como finalidad hacernos crecer, entender, enfrentar, resolver;
estaba seguro que ésta era la vida que siempre había querido vivir, tenía una
familia hermosa, respetable, responsable, muy humilde, cada uno entregaba lo mejor
de sí en labores sociales y, por ello, tenían su recompensa en tranquilidad,
amor, unión que compartían con los padres de Marissa y los “hermanos” de Ramón.

            Si analizamos la vida de Marissa y
Ramón, podríamos concluir que la vida no nos pone a prueba, si no más bien a
cada cual se le presentan las dificultades que es capaz de superar, nada está
dispuesto para que suframos mientras sepamos aceptar con humildad y enfrentemos
con voluntad lo que “nos toca”, pues de ello depende el que podamos superarnos
o no.  Tratemos de ser como los
protagonistas de esta historia, decididos a vivir felices por sobre todo,
entregados al amor al prójimo y al suyo propio, porque no olvidemos que ellos
amaron sin miramientos a quienes apoyaron, ayudaron y acogieron, un muy buen
ejemplo de vida ¿no?.

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